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Cлово "ILIUCHA"


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1. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Epílogo. Cantulo III. El entierro de Iliucha. Alocución junto a la peña
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2. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Cuarta parte. Libro X. Los muchachos. Capitulo V. Junto al lecho de Iliucha
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3. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Cuarta parte. Libro X. Los muchachos. Capitulo VII. Iliucha
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1. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Epílogo. Cantulo III. El entierro de Iliucha. Alocución junto a la peña
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Часть текста: DE ILIUCHA. ALOCUCIÓN JUNTO A LA PEÑA En efecto, llegó con retraso. Lo esperaban y ya habían decidido llevar sin él a la iglesia el ataúd ornado de flores. El ataúd era el de Iliucha. El pobre muchacho había muerto dos días después de pronunciarse la sentencia contra Mitia. Aliocha fue recibido en la puerta de la calle por los compañeros de Iliucha. Eran doce y todos llevaban sus carteras en la espalda. "Mi padre llorará. Hacedle compañía", les había dicho Iliucha en el momento de morir. Y sus camaradas no lo habían olvidado. Al frente de ellos estaba Kolia Krasotkine. -Cuánto me alegro de que hayas venido! -dijo éste, tendiendo la mano a Aliocha-. Es horrible lo que ocurre ahí dentro. Da pena ver a esta familia. Snieguiriov no ha bebido hoy, estamos todos seguros. Sin embargo, parece estar ebrio. Yo conservo la firmeza de siempre, pero esto es espantoso. Karamazov, si no te importa, quisiera hacerte una...
2. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Cuarta parte. Libro X. Los muchachos. Capitulo V. Junto al lecho de Iliucha
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Часть текста: Aliocha había empleado la hábil táctica de ir llevándolos uno a uno a casa del enfermo sin recurrir al sentimentalismo, como por casualidad. Esto había atenuado en gran medida los sufrimientos de Iliucha. El afecto que le demostraban los que habían sido sus enemigos lo conmovió profundamente. Sólo faltaba Krasotkine, su defensor y único amigo, al que había herido con su cortaplumas. Smurov comprendió esta amargura. Era un muchacho inteligente y había sido el primero en ir a reconciliarse con Iliucha. Pero Krasotkine, al que Sínurov había insinuado vagamente que Aliocha deseaba verlo para tratar de cierto asunto, había puesto fin al intento de un modo tajante, enviando a Karamazov la respuesta de que él ya sabía lo que tenía que hacer, no necesitaba consejos de nadie y, si visitaba a un enfermo, lo haría por su propio impulso y en cumplimiento de sus propios planes. Esto sucedió quince días antes de aquel domingo. He aquí por qué Aliocha no había ido en busca de Krasotkine, aunque había pensado hacerlo. Sin embargo, mientras esperaba, Karamazov había enviado a Krasotkine dos nuevos recados por medio de Smurov, y las dos veces había obtenido una respuesta seca y negativa: si iba a buscarlo, no iría nunca a casa de Iliucha, y le rogaba que lo dejase en paz. Incluso Smurov había ignorado hasta el último momento que Kolia había decidido ir a casa de Iliucha. El día anterior, al separarse, Kolia le había dicho de pronto que lo esperase en su casa a la mañana siguiente, pues pensaba acompañarle a casa del capitán Snieguiriov, pero que no dijera a nadie ni una palabra de su visita, pues quería dar a Iliucha una sorpresa. Smurov obedeció. Tenía la esperanza de que Krasotkine se...
3. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Cuarta parte. Libro X. Los muchachos. Capitulo VII. Iliucha
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Часть текста: Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Cuarta parte. Libro X. Los muchachos. Capitulo VII. Iliucha CAPITULO VII ILIUCHA El doctor se dirigió a la puerta de la isba, bien envuelto en su abrigo y con el gorro encasquetado. En su semblante se reflejaba una contrariedad que estaba muy cerca de la indignación. Se diría que temía mancharse. Paseó una mirada por el vestíbulo y la detuvo un momento, severamente, sobre Kolia y Aliocha. Éste hizo una seña al cochero, que acercó el coche a la puerta. El capitán salió, presuroso, detrás del médico y, doblando la espalda, murmurando excusas, lo detuvo para hacerle las últimas preguntas. El infeliz estaba profundamente abatido; en su mirada se leía la desesperación. -Es posible, excelencia, es posible? No pudo continuar. Había enlazado las manos con un gesto de imploración y fijaba en el médico una mirada de súplica, como si una palabra de éste bastase para cambiar la suerte de su pobre hijo. -Yo no puedo hacer nada -repuso el doctor, indiferente y con su habitual gravedad-. Yo no soy Dios. -Doctor..., excelencia..., será muy pronto? -Esté preparado para todo -respondió el doctor, recalcando las palabras. Después bajó los ojos y se dispuso a franquear el umbral para subir al coche. El capitán, aterrado, volvió a detenerlo. -Por Dios, excelencia. De verdad no se puede hacer nada, absolutamente nada, para salvarlo? -Eso no depende de mí -contestó el doctor, impaciente. De pronto se detuvo y añadió-: Sin embargo, si usted pudiera enviar al enfermo inmediatamente a Siracusa... -el capitán se estremeció ante el tono, casi colérico, en que el doctor pronunció estas últimas palabras-. En tal caso, gracias al clima excelente del país,...

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