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1. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capítulo V. Confesión de un corazón ardiente. La cabeza baja
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Часть текста: Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capítulo V. Confesión de un corazón ardiente. La cabeza baja CAPÍTULO V CONFESIÓN DE UN CORAZÓN ARDIENTE. LA CABEZA BAJA -Bien -dijo Aliocha-; ya conozco la primera parte de la historia. -Es decir, un drama que ocurrió allá lejos. La segunda parte será una tragedia y se desarrollará aquí. -No comprendo en absoluto lo que puede ser esa segunda parte. -Crees que yo comprendo algo? -Oye, Dmitri, hay en esto un punto importante: eres todavía su novio? -Yo no me puse en relaciones con ella en seguida, sino tres meses después. Al día siguiente, me dije que el asunto estaba liquidado, que no tendría continuación. Ir a pedirla en matrimonio me pareció una bajeza. Ella, por su parte, no dio señales de vida en las seis semanas que todavía pasó en nuestra ciudad. Sólo al día siguiente de su visita, su doncella vino a mi casa y, sin decir palabra, me entregó un sobre dirigido a mí. Lo abrí y vi que contenía el sobrante de los cinco mil rublos. Se habían restituido ...
2. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capitulo III. Confesión de un corazón ardiente. En verso
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Часть текста: enterarse de la conducta de Fiodor Pavlovitch. Después se puso en camino, con la esperanza de resolver durante el trayecto un problema que le atormentaba. Digámoslo en seguida: los gritos de su padre ordenándole que dejara el monasterio llevándose el colchón y las almohadas no le inspiraban inquietud alguna. Comprendía perfectamente que esta orden, proferida a gritos y haciendo grandes ademanes, era hija de un arrebato y que su padre se la habla dado para la galería, por decirlo así. Era el mismo caso de uno de nuestros conciudadanos que, no hacía mucho, al celebrar su cumpleaños y excederse en la bebida, se enfureció porque no querían darle más vodka y, en presencia de sus invitados, empezó a destrozar la vajilla, a rasgar sus ropas y las de su mujer, a romper muebles y cristales. Obró para la galería, y al día siguiente, una vez curado de su embriaguez, se arrepintió amargamente a la vista de las tazas y los platos rotos. Aliocha estaba seguro de que su padre le dejaría regresar al monasterio tal vez aquel mismo día. Es más, tenía el convencimiento de que el buen hombre no le ofendería jamás; de que ni él ni nadie en el mundo no sólo no querrían ofenderle, sino que no podrían. Esto era para él un axioma definitivamente admitido y sobre el cual no cabía la menor duda. Pero en aquellos momentos le mortificaba otro temor de un orden completamente distinto, un temor agravado por el hecho de que se sentía incapaz de definirlo: el temor a una mujer, a aquella Catalina Ivanovna, que en la carta que le había enviado aquella mañana por medio de la señora de Khokhlakov tanto insistía en que fuera a verla. Esta petición y la...
3. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capitulo IV. Confesión de un corazón ardiente. Anécdotas
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Часть текста: se escudó en ello para afirmar que despilfarraba miles de rublos en la seducción de doncellas. Es una idea muy propia de un puerco. Mentía, pues mis conquistas no me han costado jamás un céntimo. Para mí, el dinero es sólo una cosa accesoria, la mise en scène. Hoy era el amante de una gran dama; mañana, el de una mujer de la calle. Yo las distraía a las dos, tirando el dinero a manos llenas, con música de tzigánes. Si necesitaban dinero, se lo daba, pues, ciertamente, el dinero no les desagrada: te dan las gracias cuando lo reciben. No todas las damiselas se me rendían, pero sí muchas. Yo adoraba las callejas, las encrucijadas desiertas y sombrías, que son escenario de aventuras y sorpresas y, a veces, de perlas en el barro. Te hablo con imágenes, hermano: esas callejuelas no existen sino en un sentido figurado. Si tú te parecieras a mí, me comprenderías. Yo adoraba el libertinaje por su misma abyección; yo adoraba la crueldad. No soy un ser corrompido, un insecto pernicioso, es decir, un Karamazov? Una vez organizamos una comida en el cameo y salimos en siete troikas . Era invierno y el tiempo estaba muy oscuro. Durante el viaje cubrí de besos a mi vecina de asiento en el trineo, la hija de un funcionario sin fortuna, encantadora y tímida, y en la oscuridad me toleró caricias de un atrevimiento extraordinario. La pobrecilla se imaginaba que al día siguiente iría a pedir su mano, pues me tenía por novio suyo; pero pasaron cinco meses sin que le dijera nada. A veces, cuando nos encontrábamos en algún baile, la veía en un rincón de la sala, siguiéndome con una mirada entre indignada y tierna. Este juego excitaba mi perversa sensualidad. A los cinco meses se casó con un funcionario ...